En la Plaza de la Rosaleda de Monóvar, la brisa
levantina cimbrea las ramas de una palmera solitaria. Esta palmera no siempre
estuvo ahí. Hubo un tiempo en que formaba parte del huerto de la casa de
Azorín, en el número 6 de la Calle Salamanca. Viéndola así, entre columpios
infantiles y disputándose las alturas con las antenas de las casas que la
flanquean, tiene esta palmera un algo de majestad decadente. Todo en Monóvar
evoca estas soledades singulares. Hasta la Torre del Reloj se erige exenta, sin
iglesia ni edificio alguno que la integre. Ella sola se basta para dar sus
horas y para tañer sus campanas desacralizadas, allá en lo alto, al final de la
empinada escalinata. Al emitir su eterno sonido metálico, el tiempo se estrecha
y da vértigo pensar que las vibraciones que deja en el aire son las mismas que
escuchaba José Martínez Ruiz: “A todas horas el desgrane de las campanas.
Sentirse unido a la ciudad por el hilo de seda que baja de la torre hasta
nuestra persona. La torre que impone a las generaciones; la torre, dueña del
tiempo en Monóvar, graciosa y terrible”.
Sola y arruinada está también la casa natal de Azorín,
que nosotros pudimos ver por última vez antes de su derribo definitivo el
pasado 24 de octubre. En el segundo piso de la casa, guardaba la familia del
pequeño José Martínez “las semillas, las frutas colgadizas y las ristras de
caseros embutidos” y una pequeña escalera conducía al gallinero: “nunca han
estado las gallinas, con sus gallos, más aupadas. Pero, a parte de la grey de
corto vuelo, se divisan desde las ventanas el panorama de los tejados y la
torre de la iglesia”, la de San Juan Bautista. La calle donde hasta hace poco
sobrevivía esta casa, recibe el nombre de Calle Azorín, aunque “posible es que,
con el tiempo se llame de otro modo; las glorias del mundo pasan”. Pero no
todavía. La otra casa, la que se ha convertido en Casa-Museo de Azorín, con ser
punto de visita obligado para el peregrino literario, comparte también con la
ciudad esa desazón que desprenden las cosas desubicadas. Mezcla heterogénea de
mobiliario traído de su casa de Madrid, objetos personales encerrados en
vitrinas, estancias readaptadas para exposiciones temporales, bibliotecas
repletas de libros que mueren en sus anaqueles, el huerto de la famosa foto con
Gabriel Miró sin su palmera… Y esa máquina de escribir, con la que Azorín
escribió, entre otras, su obra Judit, silenciadas ya sus picas tipográficas,
mero espectáculo para el fetichismo literario.
Si ascendemos a una de las colinas que dominan la
ciudad, hallaremos la Ermita de Santa Bárbara, cuyos arcos fueron comparados
por Azorín con los de las iglesias de Padua o Florencia. En la plazoleta que se
abre a la fachada hay un mirador desde donde se puede divisar Monóvar desde las
alturas. Azorín, andariego observador, debió de subir muy a menudo a este
mirador: “Las cúpulas que elevan el vuelo por el azul entre las palomas y las
nubes”. También se aprecia el Castillo de Monóvar, de época almohade, que ya
con 73 años, permanece dolorosamente en los recuerdos adolescentes de Azorín:
“eso es lo doloroso; el castillo lo tengo en el corazón […] Me causa íntima y
profunda tristeza el no haber, de muchacho, subido al castillo”. Al otro lado
de la ermita, otro mirador nos ofrece las hermosas vistas de la “región azul”,
con la peña del Cid recortándose en el horizonte: “Todo el valle anegado de
luz: luz fina, cristalina; oleadas de luz. Luz batida por manos angélicas. El
Cid que nos saluda; la eminente peña del Cid, que está en la región azul. El Cid
que avanza su cuadrada testa sobre el valle”. El Cid, otro desterrado.
Abandona Monóvar el viajero todavía con esa sensación
de fantasmagoría errante, que son las cosas de esta ciudad. Al llegar a casa,
el mismo viajero coge un libro de Azorín y lee. Y ya está todo bien. Vuelve la
reubicación definitiva. La eterna que une al lector y su libro.
ÁLBUM DEL VIAJE
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Torre del Reloj |
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Detalle del pozo del huerto en la casa de Azorín |
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Huerto de la casa de Azorín |
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Azorín y Miró en el huerto de la casa del primero |
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Salón de la casa de Azorín |
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Máquina de escribir utilizada por Azorín |
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Biblioteca personal de Azorín |
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Casino de Monóvar |
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Ermita de Santa Bárbara |
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Castillo de Monóvar |
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Monóvar desde las alturas |
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"La región azul" |
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Casa natal de Azorín |
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La casa natal de Azorín, derribada hace pocos días |
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Palmera transplantada del huerto de la casa de Azorín |
3 comentarios:
¡Bueno, bueno, bueno...! ¡Con qué emoción he leído vuestra entrega de esta semana! Y más cuando he visto la casa natal de Azorín reducida a escombros. Menos mal que a los azorinianos nos quedará siempre la otra casa, la de la Calle Salamanca,convertida en la que posiblemente sea la casa-museo llevada con más esmero y fervor de cuantas casas-museo existen en España. Siempre recordaré la inestimable ayuda que en mis años universitarios me prestaron Magdalena Rigual y Pepe Payá cada vez que realicé algún trabajo sobre Azorín. Lo fácil es ser amable con Cela o con Vargas Llosa; lo difícil es serlo con un simple alumno de universidad, y conmigo a fe que lo fueron. Hace siglos que no sé de Magdalena. Si desde aquí me lee, le mando un abrazo.
Y por cierto, os sienta muy bien la luz azoriniana de Monóvar. Habéis salido muy guapos en las fotos.
Primer estupor: ¿por qué derribaron la casa natal de Azorín? (aquí en el "nuevo" mundo pobre es muy común no conservar, pero pensé que allí...)
JAVIER, sabía que la entrada de hoy te gustaría, azoriniano de pro como eres.
DANI, la casa natal (que no hay que confundir con la Casa-Museo, donde Azorín vivió ya en su edad adulta) estaba prácticamente en ruinas y parece que suponía un riesgo para los viandantes. Los actuales propietarios tampoco parece que se hayan esmerado mucho en mantenerla. No obstante, creo que se reconstruirá la fachada y se colocará la placa informativa correspondiente.
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