(*) Publicado en mi sección semanal del Diari de Tarragona, "El cura y el barbero"
Hace unas semanas tuve que rendirles cuentas a mis
queridos cura y barbero (*) durante un viaje en tren. Mal sitio para tal ejercicio
porque para la cita semanal con mis dos valedores yo ya estoy demasiado hecho a
las celosías de mi confesionario y al espejo donde reconozco mis trasquilones
engominados de palabras. Las circunstancias quisieron, además, que no
dispusiera en ese momento de mi ordenador portátil, así que tuve que escribir
el artículo a la antigua usanza, bolígrafo en ristre en franco duelo contra el
papel. Transcurridos los minutos comprobé con sorpresa que la batalla había
hecho sus estragos. La cuartilla se había convertido en el escenario de un
montón de despojos de palabras derrotadas, hechas jirones, agonizando entre
charcos de tinta, mientras los vocablos vencedores colonizaban sus espacios
pisoteando sin compasión a sus cadavéricos congéneres. ¿En qué momento he
perdido la habilidad de construir correctamente una oración completa del tirón?
Cuando no hace tanto tiempo trabajábamos con las antiguas
máquinas de escribir, sabíamos que no nos podíamos permitir ningún desliz. Si
se erraba con la tecla o no satisfacía la elección de las palabras, había que
arrancar con resignación el papel del carro, tirarlo a la papelera y empezar de
nuevo. Los maestros penalizaban los descuidos caligráficos, esa preciosa
disciplina artesanal ya casi extinguida, o los borrones de la tinta china. Y
mucho antes, el amanuense se afanaba en raspar la errata de su escrito porque
no podía permitirse un nuevo y carísimo pergamino.
Hoy, en cambio, basta con pulsar el botón de borrado
del ordenador para no dejar rastro del crimen. La conciencia de que todo error
puede ser subsanado fácilmente, nos ha hecho bajar la guardia ante nuestras
propias equivocaciones. El problema es que esa indolencia ante el error puede
superar la práctica de la escritura para instalarse en todos los ámbitos de
nuestra vida: un comportamiento inadecuado, aquella ofensa al amigo, la
negligencia del otro día en el trabajo, de todo ya se encargará ese tippex implacable que es el tiempo. Sin embargo, todos sabemos que basta con rascar la
superficie reseca del tippex para desvelar la falta.
Aun así, no todo es negativo en el arte de las
tachaduras. El manuscrito de un escritor lleno de correcciones puede ser un
tesoro de contento en manos del filólogo a quien se le pueden revelar
jugosísimos datos acerca de los procesos creativos. Y, en último término, las
tachaduras descubren también una virtud: la sana obsesión por la palabra exacta
y precisa. Eso que el crítico literario Javier Aparicio ha llamado últimamente
la “neurosis léxica” o la “paranoia sintáctica”, en referencia a John Banville,
reciente Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Porque también es verdad
que la literatura, que es el arte de la palabra, no se construye de corrido. Si
un escritor no sufre en la fabricación de
el paritorio de la creación, si no se lastima desangra arañado por los zarzales
en donde busca el vocablo oculto; si su pluma no es paciente cincel; si no
cifra su nacimiento y su ser todo en la
superficie la placenta de una
cuartilla; si la palabra no es una inspiración
epifanía que se le revela íntimamente, visceralmente en la sufriente indagación
de la escritura, entonces este escritor desasido quizás produzca una obra y
hasta podrá producir una obra bella. Pero será de la belleza de las flores de
plástico. Vengan, pues a la literatura las tachaduras, como vienen a la vida
las cicatrices que nos recuerdan que hemos sufrido
vivido.
9 comentarios:
Este artículo es sencillamente precioso. Sigue regalándonos textos de calidad como éstos.
¡Qué artículo más hermoso has escrito esta semana! Todo un regalo para tus lectores. De manera que muchas gracias, Píramo.
Además, qué azorinianos tu tercer párrafo y tu conclusión.
Precioso artículo. ¿Cuándo se ha visto un texto manuscrito en sucio libre de tachaduras? Para eso ya lo pasamos a limp
Muy buen artículo y muy bien redactado. Yo añadiría que no siempre lo inmaculado es puro
Yo no dejo usar corrector en las láminas. Sí, hasta en medio de un dibujo llegan a poner tippex. Chulísimo el artículo
Nunca unas tachaduras me habían parecido tan bellas! Brillante!
Me ha emocionado el texto. A parte del lirismo que lo impregna me encanta ese paralelismo entre la vida y la escritura, la escritura y la vida. Todos somos historias que se escriben a sí mismas, ¿no?
Se dice que es de sabios rectificar y gracias a los tachones podemos disfrutar de grandes obras literarias , así que benditos sean , buen artículo
TISBE, JAVIER, RAQUEL gracias. Así da gusto escribir.
FINA, "el arte de pasar a limpio" daría para otro artículo. Bienvenida al blog. Gracias.
JOSÉ ANTONIO, gracias. Cierto lo que dices. Son las flores de plástico de las que hablo en el artículo.
CARMEN, gracias. Eso es porque tus alumnos tienen algo de vanguardistas...
CARLOS, gracias. Literatura y vida tienen para mí un vínculo inextricable. Es piedra angular de mi credo literario. Deseo que estés bien.
ANA, gracias. Ciertamente, las grandes obras han debido de ser antes grandes borrones...
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