En el prólogo a la primera parte del Quijote,
Cervantes critica, con su ironía y elegancia habituales, la costumbre de preñar
los pórticos de las obras literarias con citas doctas y recónditas que mejor
legitimasen la indudable autoridad y la naturaleza sapiencial del impostado prologuista.
Y todo ello sin que el prócer de turno hubiera leído, claro está, a ninguno de
los autores y libros que exhibe en su brillante retahíla de erudición. Más de
cuatro centurias después, esa ostentación de cultura hecha de pastiches
recogidos aquí y allá, adoptados de oídas y sin asomo de haberse cotejado con
ninguna de sus fuentes, continúa enviciando ese prurito de intelectualidad de
pacotilla con que algunos pretenden reivindicar su inteligencia como cosmético
de su espantosa mediocridad. El ágora de Internet –nunca la palabra “ágora” se
había degradado tanto– ha contribuido de manera colosal a extender la pandemia
del listo ignorante, pues basta con preguntarle al tótem googleico por alguna frase
que venga pintiparada a la ingeniosa apostilla de un frívolo debate en las
redes sociales, para hallar todo un filón de expresiones sentenciosas,
proverbiales y categóricas, con que adornarse de cara a la galería.
Hace unos meses cientos de usuarios de Facebook y de
Whatsapp nos felicitaban el año nuevo con el noble deseo de cambiar el mundo, y
citaban para ello un supuesto pasaje del Quijote donde el caballero le
dice a Sancho: “cambiar el mundo, amigo Sancho, que no es locura ni utopía,
sino justicia”. Si logran ustedes encontrar la cita en alguna parte del libro
cervantino avisen a Francisco Rico para
la oportuna revisión filológica porque lo mismo han descubierto una variante
desconocida. Es esa ambición de parecer lo que no se es lo que ha hecho incurrir
a nuestro guapo presidente del Gobierno (o al negro que le ha escrito el libro)
en la tan traída confusión entre Fray Luis de León y San Juan de la Cruz al
respecto de la célebre frase que el inmortal agustino supuestamente pronunciase
al ser restituido en su cátedra de la Universidad de Salamanca tras casi un
lustro en prisión.
Nuestros políticos son muy dados a citar a literatos
en sus discursos para disimular su lamentable oratoria. Juanma Moreno se
atrevió en su investidura nada menos que con Virgilio, al que seguro que ha
leído en incontables ocasiones y, por supuesto, con Lorca y Machado. A este
último lo han exprimido hasta la saciedad, quizás porque su modelo
irreprochable tiene la virtud de encajar en todos los maniqueísmos que los
políticos diseñan de acuerdo a su molde ideológico, de tal modo que desde VOX
como a IU, pasando por los independentistas, todos sacan tajada de su figura
incontestable. Y ahí están las fotos en su tumba de Colliure, en la que todos
quieren salir, carroñeros ya hasta de la memoria de los muertos. De todos los
que salen en la foto, seguro que el cien por cien ha leído Campos de
Castilla. Ya… Eso no fue un homenaje, fue un escrache. Por cierto, que
faltaba Puigdemont. Para aclararle, más que nada, qué significa la palabra
“exiliado”.
Y claro, cuando ya se produce este mangoneo con
figuras intocables como Fray Luis, San Juan de la Cruz, Lorca o Machado, al
amante de la Literatura ya se le empieza a revolver el estómago porque ya nos
están manoseando algo muy nuestro y muy querido y muy sagrado. Y uno se indigna
y se apunta también a eso de las citas. Y así, uno puede soltar aquello de: “Los
dos partidos que se han concordado para turnarse pacíficamente en el Poder son
dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto.
Carecen de ideales, ningún fin elevado los mueve; no mejorarán en lo más mínimo
las condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta”. Aún no
he escuchado a nuestros políticos citar a don Benito Pérez Galdós.
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