Ya mediado el acto primero de
El burlador de Sevilla, don Juan
Tenorio arriba náufrago a las costas de Tarragona. Viene huyendo de Nápoles
después de haber burlado a la duquesa Isabela en palacio. Antes de la aparición
en escena de don Juan y de su criado Catalinón, escuchamos el monólogo de la
bella pescadora Tisbea donde se jacta de no haber nunca sucumbido a la tiranía
del amor. Durante su parlamento, pueden rescatarse algunas descripciones muy
tangenciales que hacen referencia a Tarragona. Así, el brillo dorado de la
arena de sus playas que, con el tiempo, ha dado nombre –Costa Dorada– a la
parte del Mediterráneo que nos ha tocado en suerte, así como su grano fino, parecían ser conocidos ya en la época de Tirso
de Molina si atendemos a los versos en que Tisbea dice que en Tarragona «el sol
pisa / soñolientas ondas, /alegrando zafiros / las que espantaba sombras, / por
la menuda arena, / unas veces aljófar, / y átomos otras veces / del sol, que
así le adora». Menciona también la actividad pesquera (Tirseo, Anfriso y
Alfredo son pescadores tarraconenses) dando detalles sobre la técnica más común
de la faena: «ya con la sutil caña, /que el débil peso dobla / del necio
pececillo, / que el mar salado azota, / o ya con la atarraya, / que en sus
moradas hondas / prenden cuantos habitan
/ aposentos de conchas». La mención a la atarraya –red redonda usada para
pescar en los fondos marinos– remite a la pesca artesanal de la época,
practicada desde las pequeñas embarcaciones llamadas esquifes, también
mencionados en el monólogo de Tisbea. Más adelante, la pescadora presume de
despreciar el amor «de cuantos pescadores / con fuego Tarragona / de piratas
defienden», clara alusión al azote de la piratería de cuya amenaza se daba
aviso con señales luminosas, hechas con fuego, que advertían desde las torres
de vigilancia de la presencia de turcos, corsarios o piratas. Algunas de estas
torres, como se sabe, aún permanecen diseminadas por varias zonas de nuestras
costas, como las que jalonan el término de Vila-seca. Tisbea dice, además, que
vive en una humilde choza a la que coronan nidos de tórtolas, lo que demuestra
la baja extracción social del gremio. Asimismo, se alude a las fiestas de los
pescadores y a sus canciones y se mencionan algunos instrumentos musicales que,
metafóricamente, Anfriso utiliza para su frustrado cortejo a Tisbea, como la
vihuela o la zampoña, instrumentos que se usarían también en la fiesta que se
celebra en la obra de Tirso, aunque esas recreaciones del folklore popular era
un tópico literario que vemos también en las Soledades de Góngora, por ejemplo.
Ya en el último acto, el
navío de la agraviada Isabela, de camino a Sevilla para casarse con don Juan y
reparar así su honor, se detiene también en Tarragona por temor a un temporal y
Fabio menciona una torre que corona una playa. Allí se conocen Isabela y Tisbea
y aquella conoce por ésta la nueva tropelía de don Juan.
No tenemos en Tarragona una
estatua que conmemore la figura de Tisbea, que puso a Tarragona en el mapa
literario del siglo XVII como no tenemos tampoco una placa que recuerde dónde
se imprimió el Quijote apócrifo de
Avellaneda. Hay Regentas en Oviedo y Lazarillos en Salamanca y los raqueros de
Pereda en Santander pero aquí cuesta ver esos detalles pequeños que
enriquecerían sugestivamente la tradición cultural y literaria de la ciudad.
Sería, yo qué sé, una bonita alegoría de la tradición pesquera de nuestra
tierra y de la mujer trabajadora y de la dignidad de una mujer deshonrada. Ay,
pero Tirso no era catalán.
1 comentario:
Y escribía en castellano. Precioso artículo, Fernando.
Publicar un comentario