lunes, 23 de octubre de 2023

625. Escribir a mano en clase

 


Desde 3.º de la ESO, mis alumnos prescinden del libro de texto en las clases. Practico esa modalidad pedagógica ya casi extinta que se dio en llamar «sesiones magistrales». Hoy no puedes decir que impartes clases magistrales porque corres el riesgo de arder en la pira que los buenistas educativos levantan para los heréticos. A mí, además, alguien me ha tildado de engreído porque considera que atribuir a mis clases la cualidad de «magistral» redunda en cierto narcisismo. El que así me reconviene no conoce, claro, que el término no se refiere a la calidad de la lección (otro término desterrado ya del nuevo gay-trinar) sino a su origen etimológico: la clase que imparte el magister. En las clases magistrales, el profesor es el protagonista del proceso de enseñanza-aprendizaje y el alumno, el sujeto que recibe la información y que, cuando conviene, interviene en el debate de ideas, que el propio profesor promueve y gestiona. Esto es así porque el profesor es el que enseña y el alumno el que aprende, una perogrullada que todavía hay que aclararle a algunos. No se crean, yo también aprendo mucho de mis alumnos. Pero creo que ellos aprenden un poquito más de su profesor. El caso es que en las clases magistrales, yo hablo y mis alumnos toman apuntes a mano en sus libretas (¡anatema!). No dicto las clases, claro: explico los contenidos, dando decenas de vueltas sobre lo mismo, y ellos no copian literalmente lo que comento, sino que, una vez que se quedan con la copla, trasladan a sus cuadernos con sus propias palabras lo que han entendido. Y lo que no han entendido, se les repite hasta que lo entiendan. Eso sí es para mí un aprendizaje significativo y no las milongas que otros asocian al concepto pedagógico de marras. Y si se trata de innovar, oigan, tomar apuntes a mano es la puta revolución. Porque nadie lo hace ya. Lo nuevo es lo antiguo. El alumno está hasta las narices de los Power Points y de las peliculitas y del Youtube y de «hagamos más guais las clases creando un Instagram de Góngora». Pues no, oigan: a esta generación, que ya ha nacido y crecido con todo el consabido repertorio digital, lo que le mola de verdad (término viejuno) es llenar papeles a mano. Lo que oyen. La atención en clase es total y se crea un silencio absoluto que beneficia el trabajo intelectual porque saben que de la calidad de sus apuntes, dependerá su éxito en el examen (¡sacrilegio!). Mientras toman sus notas, además, están ya estudiando, porque el vínculo artesanal que se genera entre el bolígrafo, el papel y su propio razonamiento cala en su discernimiento mucho más que el atolondramiento visual de las pantallas. Cuando finaliza la clase, los chavales se muestran los unos a los otros los tres o cuatro folios que han llenado con el orgullo del trabajo bien hecho, y se masajean las muñecas, contentos y risueños, como un aguerrido batallón del conocimiento satisfecho de sí mismo y de su esfuerzo después de la lid. Se identifican con su propia caligrafía, como con una patria, blanden sus hojas como una bandera, sienten que ellos mismos están allí, en esos folios; han entrado en contacto con la paciencia y la lentitud del orfebre en estos tiempos de prisa; se han relajado, han establecido entre la psique y sus cuerpos una trabazón física merced a la escritura; han enriquecido sus conexiones neuronales; los más creativos han colocado títulos coloridos y originales. El día del examen recuerdan (porque lo entienden) lo que se les pregunta, y evocan el rincón exacto de los apuntes donde se hallaba aquel concepto por el que ahora se les requiere. Quizás en aquella esquina donde se manchó de chocolate el papel  durante la merienda o en aquel otro rincón donde la compañera de pupitre accedió intrusamente con su bolígrafo en los apuntes de él para dibujar un corazón.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Bravo

Anónimo dijo...

Precioso relato!!!

Mavi dijo...

Exactamente. Yo también participo, desde hace decenios, de tales heréticas prácticas. Gracias por contarlo tan bien.

Paco Lopez Barrio dijo...

Pero si en vez de decir "clase magistral" dices "master class", cuela. Y queda chupiguay.

Germán dijo...

Magistral artículo compañero, enhorabuena.

Anónimo dijo...

Un regalo en los tiempos que corren.

Isabel Sánchez dijo...

Preciosa reflexión, defiendo esas clases magistrales y esa escritura que conecta la mente y el cuerpo, que crea raíces para seguir creciendo. Gracias por estas palabra.

Anónimo dijo...

*estas palabras.

Anónimo dijo...

Yo he aprendido leyendote