Raúl Quinto ha quedado
finalista del Premio Andalucía de la Crítica con su último libro, Martinete del rey sombra (Jekyll &
Jill), aunque la excelente calidad literaria de la novela, así como el
indudable interés y oportunidad del tema abordado, podrían haberlo aupado con
toda justicia hasta la consecución del galardón. Sí obtuvo, en cambio, el
prestigioso Premio Cálamo que otorga la famosa librería zaragozana. (Adenda de
urgencia: al acabar esta reseña, acabo de enterarme de que Raúl Quinto ha
ganado el Premio de la Crítica a nivel nacional. ¡Bravo!)
Nada más ingresar en las
páginas de Martinete, uno toma
conciencia inmediata de que está atravesando el atrio de la gran literatura. Una
preciosa estampa del rey Fernando VI en su lecho de muerte, repleta de imágenes
líricas y sugestivas, bordadas con la solemnidad de una prosa elegíaca,
adelantan el tono general del libro, insobornable a la palabra precisa, al
hallazgo poético y al cuidado, en suma, del lenguaje literario, sintagma este
último que en los tiempos que corren ha pasado de resultar una obviedad –la que
constata que la literatura debiera preocuparse por elevar las palabras a
categoría artística– a convertirse en una rara y pertinaz muestra de
supervivencia de una forma de entender el hecho literario.
El principal tema de la
novela es la crónica novelada del execrable episodio conocido como La Gran
Redada, que tuvo como objetivo el exterminio de la etnia gitana en España
durante la segunda mitad del siglo XVIII. El plan, auspiciado por Zenón de
Somodevilla, ministro de Fernando VI,
más conocido como marqués de la Ensenada, persiguió y reprimió a familias
enteras de gitanos, separando a hombres de mujeres con la voluntad genocida de
que no pudieran reproducirse. Es imposible soslayar el parentesco entre el
segundo capítulo de la novela y el «Romance la Guardia Civil Española» de
Federico García Lorca, cuando las autoridades entran a saco en los poblados
gitanos para iniciar la represión. Los guiños intertextuales no son solo
evidentes, sino un emocionante homenaje a la poesía lorquiana. El propio título
del libro evoca, como evoca el género romancístico, la veta popularizante del
martinete, palo flamenco procedente de los forjadores, que se acompañaban del
martillo para su cante (el herrero, por cierto, es símbolo gitanesco por
antonomasia en la poesía de Federico). Pero más allá del género, entronca con
el ideario del propio Raúl Quinto y su compromiso ideológico, siempre del lado
de las clases menos favorecidas o marginales.
A partir de ahí, el libro
narra con descarnado lirismo y pasajes naturalistas, las terribles vicisitudes
de los represaliados, alternando estos capítulos con aquellos en los que se
retrata con acerada ironía las semblanzas de los personajes de alto copete que
habitan la corte, las connivencias e intereses, y sus intrigas palaciegas, con
especial atención a la subida y caída del marqués de la Ensenada. Singular
interés suscitan los análisis psicológicos de Fernando VI y de su esposa
consorte, la reina Bárbara de Braganza, títeres del poder de terceros y
humanizados en su vulnerabilidad.
Raúl Quinto, que sabe que no
está escribiendo un tratado histórico sino una novela, reduce la parte
documental a su mínima expresión, lo que le obliga a veces a comprimir sobremanera
los marcos contextuales de carácter historicista con una acumulación algo
atropellada de los datos (no siempre necesarios) que lastran un tanto la
lectura, pero que tampoco estorban del todo al conjunto.
Martinete del rey sombra es una novela necesaria, en lo literario y en lo
colectivo, porque dispone la conciencia estética al servicio de la conciencia
ética y social, y pocas veces como en estos tiempos oscuros y mediocres que
vivimos, ambas premisas habían sido tan necesarias. Que suene, pues, alto y
grande, el quejío de Raúl Quinto.
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