domingo, 8 de mayo de 2016

322. La piedra oscura



Ir al teatro siempre es un acierto, pero hay veces en que el espectador se siente privilegiado por poder presenciar algunas representaciones. Es lo que sucede con La piedra oscura, una maravillosa obra que presenta la última noche de Rafael Rodríguez Rapún, estudiante de Ingeniería de Minas, secretario de La Barraca y “el más hondo amor de Lorca”, según Ian Gibson. Rapún falleció el 18 de agosto de 1937, justo un año después que su amado poeta. Todas las versiones sobre su muerte coinciden en que fue una especie de suicidio, pues tras conocer la desaparición del escritor granadino se alistó en el ejército. Unos dicen que saltó de la trinchera gritando que deseaba morir y lo alcanzó una ráfaga de ametralladora y otros relatan que le sorprendió un ataque aéreo y no se lanzó al suelo, por lo que una bomba explotó a su lado. En cualquier caso, parece que dejarse matar fue su forma de recuperar a Federico, del que se había prendado a pesar de su condición heterosexual. Pero parece ser que Lorca tenía un aura especial y Rapún no pudo escapar de las redes de su encanto.
En La piedra oscura, Alberto Conejero recrea, alejándose de la realidad, los últimos momentos de vida del joven Rafael. La acción se desarrolla  en una habitación de un hospital militar cerca de Santander. Rodríguez Rapún, teniente de artillería del bando republicano, herido y apresado, es vigilado por un joven soldado que rehúye cualquier contacto con el preso. Poco a poco la tensión entre ambos va desapareciendo y deja espacio para la palabra, para el diálogo como salvación ante la angustiosa situación que están viviendo los personajes. A pesar de las diferencias ideológicas, Rafael y Sebastián son seres humanos que tenían ilusiones y proyectos que se han visto truncados por la guerra. Les une, además, el sentimiento de culpa. Sebastián no pudo evitar la muerte de su madre cuando su pueblo fue bombardeado por quienes iban a ser sus libertadores y Rafael arrastra como una losa el peso de la muerte de Federico García Lorca. Siente la necesidad imperiosa de revelar su secreto antes de desaparecer y no duda en confesarle a Sebastián su amor por el poeta. Relata, con suma ternura, cómo se enamoró de él y, con profundo remordimiento, cómo no atendió a las llamadas de Lorca desde Granada.  Su último acto de amor es asegurar la pervivencia de unos manuscritos del poeta: las obras de teatro El público y La piedra oscura y los Sonetos del amor oscuro, algunos de los cuales parecen dedicados a Rapún. Para ello, Rafael le pide a Sebastián que viaje a Madrid y se ponga en contacto con Modesto Higueras o con Rafael Martínez Nadal. De nuevo la palabra en forma de promesa reconforta al condenado a muerte. Del mismo modo, Sebastián halla consuelo en la conversación con el reo y si al principio de la obra rechaza frontalmente hablar con Rafael, paulatinamente las palabras afloran en su garganta para presentarnos a un joven timorato y desvalido, a quien las circunstancias le han obligado a empuñar un fusil en contra de su voluntad y angustiado, puesto que sufre con el dolor y las muertes que le rodean. Se podría afirmar que cada personaje infunde fuerza al otro, como una cadena de ayuda. Lorca,  omnipresente en Rafael le da fuerza para afrontar la muerte con la tranquilidad de haber salvado su legado y éste ayuda a su inexperto guardián a verbalizar sus miedos y angustias hasta tomar conciencia de que son dos hombres unidos por el dolor. Dos hombres que se acaban fundiendo en un tierno abrazo que va más allá de las ideologías.  
La interpretación de los actores es magistral. Tanto Daniel Grao como Nacho Sánchez nos regalan una actuación perfecta, conmovedora, sensible, dolorosa… Se percibe que ha habido un gran trabajo    de la mano del director Pablo Messiez y ello se traduce en los largos aplausos que reciben cuando termina la función. La puesta en escena es sobria, apenas unas paredes grises, un camastro y una silla porque lo importante son los personajes y sus diálogos.
El texto de Alberto Conejero –quien recibió el Premio Ceres en 2015 al mejor autor teatral- es un canto a la palabra y a la memoria, pero también al silencio como espacio para el recuerdo. Las confesiones de los personajes van seguidas de significativos silencios en los que, inevitablemente, se impone la figura de Federico –cada silencio es un responso a su persona- pero también la de tantos otros rafaeles y sebastianes que, por convicción o por obligación, vivieron terribles situaciones que no pueden caer en el hondo pozo del olvido. No hay pueblo más pobre que aquél que olvida su pasado, que vive en la oscuridad de la ignorancia. Conejero ha escrito una deliciosa pieza en la que se rinde homenaje a García Lorca y a todos los seres anónimos que vivieron uno de los momentos más oscuros de la historia española. Un texto conmovedor que no dejará indiferente a nadie, que nos atrapa del mismo modo que la especial personalidad del poeta embrujó a Rodríguez Rapún y que nos regala un espacio para el recuerdo, para la memoria.



3 comentarios:

Píramo dijo...

Estupenda crónica, Tisbe. Ya estoy deseando la próxima reseña. Por la reseña en sí misma y porque significará que hemos pasado otra de esas veladas tan nuestras en un patio de butacas.

Anónimo dijo...

Tras leer tu reseña, Tisbe, decidí comprar la obra de teatro y,aunque siempre es necesario ver sobre el escenario la representación, he de decir que me ha gustado ese homenaje a Rafael Rodríguez Rapún, que especularmente esconde otro al gran poeta granadino, y a todas las víctimas de la brutal represión de los militares traidores. Enhorabuena y un abrazo.

Anónimo dijo...

Tras leer tu reseña, Tisbe, decidí comprar la obra de teatro y,aunque siempre es necesario ver sobre el escenario la representación, he de decir que me ha gustado ese homenaje a Rafael Rodríguez Rapún, que especularmente esconde otro al gran poeta granadino, y a todas las víctimas de la brutal represión de los militares traidores. Enhorabuena y un abrazo.