La palabra ‘tiquismiquis’, que usamos para referirnos
a las personas que pecan de un exceso de escrúpulo, procede del latín
macarrónico ‘tichi, michi’. Se trata de una deturpación del latín clásico
‘tibi, mihi’, que significa literalmente ‘para ti, para mí’. En su significado
original, con ese vacilante ‘para ti, para mí’, ya se barruntaba al tocapelotas
consumado en el que acabaría consolidándose el tiquismiquis canónico. Hoy, el
tiquismiquis es una figura señera de la cultura ‘progre’, campeador invencible
en las lides del idioma.
Hará unos cuantos años, el padre de un alumno me
recriminó que obligase a su hijo a escribir el título de una obra de Gonzalo de
Berceo con mayúsculas en determinadas palabras. Se trataba de los Milagros
de Nuestra Señora. Aducía, ofendido, que en su familia no había más señora
que su señora esposa y que no reconocía por suya a la otra Señora que yo
aconsejaba escribir en mayúscula por tratarse de la Virgen María. Menos mal que
entre las obras de Berceo quise prescindir aquella vez del Planto que hizo
la Virgen María el día de la Pasión de su Hijo Jesucristo. Otra vez, una
madre me reprochó que entre las lecturas obligatorias de aquel año apareciesen
las Leyendas, de Bécquer, porque ellos eran Testigos de Jehová y tenían
vedado el contacto con los fantasmas y espíritus que el luciferesco Gustavo
Adolfo había gestado en su sacrílego
magín.
Hay que ir con pies de plomo con los tiquismiquis
convencidos. Si al estornudo de alguien respondes cortésmente con un “Jesús”,
el tiquismiquis puede poco menos que desintegrarse cual demonio aspergido de
agua bendita y te reconvendrá que la próxima vez te limites a decir simplemente
“salud”. Si felicitas a alguien por su santo, el tiquismiquis blandirá su
orgullo ateo defendiendo tamaño ultraje. Si a un alumno le llamamos de
“usted”mostrándole el respeto que merece y eliminando con el lenguaje las
diferencias jerárquicas por las que tanto aboga la nueva pedagogía, el
estudiante se sentirá ofendido porque lo tratas de viejo. Si se lo dices al viejo
de verdad, se ofenderá aún más. Pero habrá viejos (perdón, personas de la
tercera edad) a quienes el tuteo significará una falta de respeto a las canas.
Si uno defiende que el género no marcado es el masculino y que, por lo tanto,
es absurda esa duplicación de “ciudadanos y ciudadanas”, te tacharán de
machista. Uno ya no sabe si habla español o castellano porque se use el término
que se use siempre habrá algún tiquismiquis agraviado. Tampoco sabemos si
vivimos en España o en un Estado plurinacional (pero “Estado” mejor con
minúscula para no ofender a los antisistema): somos el único país del mundo
donde el nombre de su propia nación es un problema. Si lees a Joyce eres un
pedante; si a Nabokov, un pedófilo; si a Reverte, rindes servidumbre a la
literatura de masas. Si comes rabo de toro, un cómplice de los asesinos
toreros. Si eres vegano, eres un flipado místico. Si usas corbata eres casta.
Si te dejas rastas, un piojoso. Si no
das de mamar a tu bebé, una mala madre; si lo amamantas, una esclava de
la sociedad patriarcal que asume su rol a costa de irritarse los pezones. Si
Piqué se corta una manga, un traidor a la (P)atria; si vistes la camiseta de la
(S)elección, un facha. Si invitas a una chica, otra vez un machista; si no la
invitas, no eres un caballero. Si la falda corta, carne de esquina. Si larga,
una monja. Si me quieres, un posesivo; si me amas, un cursi.
En fin, es curiosa la etimología de “tiquismiquis”. La
usamos por aquello de la corrupción del latín macarrónico. Pero, sobre todo,
porque en aquellos tiempos, el latín todavía no tenía la palabra “gilipollas”.
Con perdón.
3 comentarios:
Que decir sobre el articulo. Simplemente impresionante, pero el final, te ha quedado "niquelao" que diria un castizo.
¡Buenísimo tu artículo! Hoy, sin ir más lejos, he criticado en clase lo de los plurales doblados, y una alumna me ha dicho que la profesora del año pasado, "con un par de narices" (sic.), lo potenciaba. Yo le he replicado que lo haría, sin duda, "con un par de narices" pero desconociendo al mismo tiempo el principio de economía por el que nos movemos los hablantes. Ah, y también en su día tuve un alumno testigo de Jehová que también se negó a leer una leyenda porque aparecía el diablo bajo la apariencia de una vieja.
¡Cuánta razón tienes! Es un artículo divertido y cargado de razón. A ver con qué nos sorprendes en tu próxima entrega de etimologías.
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