El Ratoncito Pérez cumple oficiosamente en España 125
años. Aunque probablemente su acta de nacimiento se remonte a bastantes años
antes (la baronesa d’Aulnoy ya escribió en el siglo XVIII un protorrelato
titulado El buen ratoncito y Galdós en La de Bringas, novela de
1884, había comparado a su protagonista Francisco de Bringas con el famoso
roedor) es con Luis Coloma cuando la tradición cobra carta de naturaleza en
nuestro país. En 1894, el jesuita, conocido sobre todo por su libro Pequeñeces,
escribió para el futuro rey Alfonso XIII, que entonces contaba 8 años, un
cuento circunstancial relacionado con la pérdida del primer diente del joven
infante. En el cuento, Alfonso es llamado Buby, apelativo cariñoso que parece
usaba con él la reina regente María Cristina. Al perder su diente, Buby recibe
la visita de Ratón Pérez, a quien el futuro monarca aguarda despierto. Cuando
aquel hace acto de presencia, Buby y Pérez conversan animadamente, refiriéndole
el ratón su vida. Así, sabemos que Pérez tenía dos hijas casaderas, Adelaida y
Elvira, y un hijo adolescente, Adolfo, que seguía la carrera diplomática.
También cuenta sus andanzas en la Real Academia Española, ratón de biblioteca
también, donde en menos de una semana había devorado tres manuscritos inéditos.
Tras la conversación, como ya era tarde, Ratón Pérez decide despedirse de Buby
pues tiene que acudir a la calle de Jacometrezo (calle madrileña que atesora
numerosas referencias literarias donde se hallará, por ejemplo, años después,
la pensión que alojará a Azorín y desde cuya ventana verá la sala de máquinas
de El Imparcial, soñando con llegar a trabajar allí algún día) para
recoger el diente de un niño pobre llamado Gilito, cuya casa estaba custodidada
por el temible gato don Gaiferos. Buby muestra sus deseos de acompañar a su
nuevo amigo y éste accede no sin antes convertir a Buby en otro ratón. Juntos
atraviesan cañerías y agujeros hasta llegar al sótano de la tienda de
ultramarinos de Carlos Prast, atestada de quesos. En una caja de galletas
Huntley tenía su vivienda la familia de Pérez. La tienda de Prast, luego
prestigiosa confitería citada por Galdós en La desheredada y en Lo
prohibido, y por Pardo Bazán en el cuento En tranvía, se hallaba en
la calle del Arenal, número 8, y hoy una placa recuerda que fue allí done vivió
nuestro ratón. Allí conocemos a la esposa y a los dos hijas, afanadas en sus
tareas de labor vigiladas por el aya Miss Old-Cheese y al disoluto Adolfo,
amigo de las modas extranjeras, siempre en el club de póker, jugador de tenis y
polo. Tras las presentaciones, se dirigen finalmente a la mísera casa de
Gilito, sortean a don Gaiferos y dejan la moneda de oro bajo la almohada del
infortunado niño. La visión de pobreza
de la familia deja una huella indeleble en el futuro rey que, desde ese
momento, se propondrá gobernar atendiendo a las necesidades de los más
desfavorecidos. Cuando regresa a palacio y Buby queda dormido, no sabe, al
despertar, si todo ha sido sueño o realidad. Pero debajo de la almohada halla
un estuche con la insignia del Toisón de Oro, que pronto olvida acordándose de
la pobreza del niño Gilito y todos los Gilitos del mundo.
El cuento del padre Coloma transita entre la ternura,
el sentido del humor y la fina ironía. Y es tanto un cuento como un minúsculo
tratado del buen gobierno, con su sentido ético y misericordioso destinado a
conformar el espíritu del futuro rey. En el pórtico del relato escribe Coloma:
“sembrad en los niños la idea, aunque no la entiendan: los años se encargarán
de descifrarla en su entendimiento y hacerla florecer en su corazón”.
Para mi sobrina Martina, sin dientes aún, pero que ha llegado al mundo para comérselo.
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