Siempre
he pensado que la avecilla que le cantaba al albor al famoso prisionero del
romance, aquella que le servía al cautivo para conocer desde su celda si era de
día o de noche, era, en realidad, un gorrión. Así debió de pensarlo también
Miguel Hernández cuando escribió su cuento inacabado en la cárcel de Alicante.
Ahora el prisionero era él. El poeta oriolano llamó a su héroe alado con el
sonoro nombre de Pío-Pa. El gorrioncillo hace su epifanía en el ventanuco del
calabozo y entonces Miguel, que sabe que lo van a matar, escribe una carta que
anuda con un jirón de su camisa en el cuello de Pío-Pa. El gorrión tiene la
misión de entregar la nota a su mujer, allá «en la región más soleada de estas tierras».
Antes de presentarnos a Pío-Pa, Miguel Hernández escribe un precioso prefacio
sobre los gorriones que no puedo dejar de reproducir: «Los gorriones son los
niños del aire, la chiquillería de los arrabales, plazas y plazuelas del
espacio. Son el pueblo pobre, la masa trabajadora que ha de resolver a diario
de un modo heroico el problema de la existencia. Su lucha por existir en la
luz, por llenar de píos y revuelos el silencio del torvo mundo, es una lucha
alegre, decidida, irrenunciable». ¿Verdad que es hermoso? Anden, léanlo de
nuevo antes de proseguir. Así me dan tiempo a recrearme a mí en el gorrioncillo
que se acaba de posar en el alféizar de mi ventana. ¿Creerán ustedes que se
trata una licencia literaria de quien esto escribe? ¡No! Ahí está dando
saltitos sobre sus pequeñas patas, sin saberse observado, todo pluma y corazón.
Y no puedo dejar de mirarlo. En mi infancia yo amanecía todas las mañanas con
el canto de un gorrión que había anidado en el tambor de mi persiana. Uno se
hace niño observando gorriones. ¿Ya acabaron con el texto de Miguel Hernández?
Pues venga, más gorriones. Seguramente el autor que más haya escrito la palabra
«gorrión» en sus novelas haya sido Miguel Delibes. Todas sus novelas están
repletas de ellos. A mí siempre me viene el recuerdo de aquellos gorriones de La sombra del ciprés es alargada que
«piaban desaforadamente desde los aleros pidiendo algún alimento para no
sucumbir en aquellas jornadas blancas y heladas» de Ávila. Juan Ramón Jiménez
se quedó a solas con Platero y los gorriones, y los observaba beberse un «un
poquito de cielo en un charquillo del brocal del pozo» para después reflexionar
sobre la libertad y la humildad que estos representan. Catulo envidia al
gorrión que le ha regalado a Lesbia, pues esta lo mima en su regazo, y Safo
invoca a Afrodita, que aparece en su carro tirado por gorriones. Pablo Neruda
evocó en su poema «Muerte y persecución de los gorriones» la decisión de Mao
Tse-Tung de eliminar todos los gorriones
de China por considerarlos perjudiciales para las cosechas de grano. Tal
política alteró la cadena trófica del país, hasta el punto de que fueron los
insectos, como las langostas, que campaban a sus anchas sin sus predadores,
quienes acabaron con el trigo del país provocando una gran hambruna. Neruda
trasciende la anécdota para denunciar el régimen totalitario.
La
SEO/Bird Life afirma ahora que en la última década han desaparecido en España
unos 30 millones de gorriones. El cambio climático, la contaminación, la
hostilidad urbana o los nuevos depredadores, entre otros factores, están
contribuyendo a su paulatina extinción. Miguel Hernández no pudo terminar su
cuento sobre Pío-Pa. Y esa página en blanco que aparece en todas las antologías
cerrando el cuento inconcluso parece ahora una metáfora del cielo yermo de los
gorriones. Y al levantar la vista de mi ordenador compruebo que el gorrioncillo
de mi alféizar ya no está.
No hay comentarios:
Publicar un comentario