lunes, 4 de marzo de 2024

641. ¿Qué haces ahí, García Mateos?

 


Ramón García Mateos ha obtenido el Premio Internacional de Poesía António Salvado Cidade de Castelo Branco por su última obra, Retratos y figuraciones. El libro, en edición bilingüe en portugués y español, y publicado por la editorial Labirinto, es uno de los poemarios más hermosos que he leído en los últimos tiempos. Ya la solapilla biográfica de la cubierta es toda una declaración de intenciones. García Mateos, a cuya dilatada trayectoria la jalonan numerosos títulos y premios, queda reducido en la solapilla a su mera condición de profesor: «Ramón García Mateos (Salamanca, 1960). Catedrático de Lengua y Literatura Españolas». Y a mí se me antoja que esa humilde solapilla, donde Ramón renuncia a describir la relación de sus méritos literarios, es el primer poema del libro. Porque en Retratos y figuraciones quienes importan de verdad son los poetas allí homenajeados, un precioso muestrario de los nombres más queridos por el autor salmantino, a cuya advocación se acoge con un amor conmovedor y un sentimiento sincero de deuda en cada verso.

La mayor parte de los autores que conforman esa nómina casi elegíaca tiene en común su dramática experiencia vital. Por las páginas del libro desfilan condenados a muerte como Villon; perseguidos como Juan de Yepes; encarcelados como Quevedo; desterrados y exiliados como Pedro Garfias o Vallejo; suicidas como Antero de Quental o Rigaut; derrotados y atribulados como Unamuno; desengañados como José Agustín Goytisolo; asesinados o deudos de asesinados como Roque Dalton o el «Piojo» Salinas; nostálgicos de Florencia, como Aldana… Todos estos retratos recrean una estampa del escritor tributado en algún momento especialmente significativo o doloroso de su existencia. Otras piezas, en cambio, son meros poemas celebratorios entelados de nostalgia: el poema con ecos manriqueños a Violeta Parra; Estellés y Ovidi Montllor en Alcoy; los dos versos de Ferlosio sin necesidad de glosa; Josep Igual entre volutas de tabaco; y, por supuesto, los poemas a los amigos, como el dedicado a Juan López-Carrillo, divertido e hiperbólico, perfecto trasunto del propio autor catalán; o el maravilloso poema tripartito a Antonio Carvajal, donde García Mateos juega con los títulos de los libros del poeta granadino y con el apellido materno de éste. Una preciosidad.

En otras piezas se imbrican literatura y vida como en el homenaje a Ángel Guinda («Escribir como se vive») o como aquella otra que penetra en el estudio de Maruja Mallo para que los versos de Miguel Hernández estallen como rayos que no cesan; intertextualidad que se repite en el poema lorquiano a Belmonte o en algún poema autorreferencial. Lo popular (piedra angular en la poética de García Mateos) se manifiesta en el uso del metro de algunos poemas pero también en el poema dedicado a Blas de Otero, en la mención a Labordeta o en los versos dedicados a los payadores. No faltan tampoco las alusiones a las injusticias sociales, algún verso acerado de ironía epigramática y una enorme generosidad para con los desahuciados.

El libro, que es, en definitiva, un apasionado reconocimiento a los maestros del poeta, como nos recuerda el último poema, no podía soslayar, claro, la inmensa figura de Ramón Oteo, destinatario de una de las composiciones más emocionantes del poemario.

Mención aparte merece la versión portuguesa a cargo de la traductora Leocádia Regalo, donde los versos de Ramón, tan cargados en realidad de saudade, encajan natural y primorosamente.

Con su acostumbrado estilo inmersivo, rebosante de intensidad, de bien entendida solemnidad desgarrada, de esa que te coge de la camisa y te zarandea, evocador, nostálgico, vehemente, auténtico, secular, doloroso, fraterno y esperanzado, García Mateos debe saber que, él también, y pese a la solapilla, es retrato y figuración de quienes aspiramos a parecernos, aunque sea remotamente, a su ejemplo.  

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