domingo, 26 de junio de 2011

106. Roseta Mauri y el Cid

Estos días he conocido, a través del concurso de traslados, mi nuevo destino como profesor. Y es que, aunque uno ya sacó sus oposiciones hace  tiempo, todavía ejercemos el nomadismo juglaresco de la enseñanza y así, somos peregrinos de las aulas y vamos ataviados con nuestro gorro cascabelero de tres picos, si tenemos que hacer caso a toda la caterva de vividores iluminados que teorizan (nunca practican) sobre cómo hay que motivar a los alumnos, porque resulta que ya la sola curiosidad por el conocimiento ha dejado de ser motivadora por sí misma. Pues eso, que recojo mi laúd y me marcho al Instituto Roseta Mauri de Reus. Y, como casi todo en mi vida tiene algo que ver con la literatura, hete aquí que el nombre de mi nuevo centro no iba a ser la excepción.
Roseta Mauri (1849?-1923), nacida probablemente en Mallorca pero hija sentimental de Reus, fue una de las figuras más importantes que ha dado la danza de todos los tiempos. Fue primera bailarina de todos los grandes coliseos que dieron marco a este arte, desde la Escala de Milán hasta la Ópera de París. Su habilidad para la danza admiró a toda Europa por la gracia volátil, casi etérea, de sus movimientos, sin imposturas, puros en su naturalidad. Cansada del inventario canónico que imponía la danza”oficial”, Roseta Mauri retó a la ortodoxia con sus personales aportaciones y merced a ese sello consiguió éxitos clamorosos como La Korrigane.
En 1885 se estrenó en París la ópera El Cid, basada en la obra de teatro homónima de Corneille quien, a su vez, había tomado el argumento de Las mocedades del Cid, escrita a principios del siglo XVII por nuestro Guillén de Castro. El argumento es bien conocido: el altivo conde de Gormaz, padre de Jimena, ofende a don Diego, quien debido a la debilidad de su vejez, no puede restaurar mediante el duelo, la honra perdida. Lo hará en su lugar su hijo Rodrigo, el futuro Cid, que está prometido con Jimena. Cuando Rodrigo mata al conde de Gormaz, Jimena se debate entre el honor, que le impele a vengar la muerte de su padre, y el amor que siente por Rodrigo. La obra de Guillén de Castro es una verdadera joya de nuestro teatro áureo. En ella se hilvanan perfectamente, sin restos de soldaduras, los romances del ciclo cidiano, que el público de los corrales conocía sobradamente y con los que se identificaba, creando así una bonita complicidad. La versión de Corneille no está a la altura de la de Castro, quizás limitada por la regla de unidad de tiempo, que encorseta y fuerza determinados pasajes, además de perder en el camino la frescura del romancero. Y, por supuesto, aún es peor el texto del libreto operístico, compuesto por D’Ennery, Gallet y Blau y musicado por Jules Massenet. Sin embargo, la aparición de Roseta Mauri en la escena segunda del segundo acto salvó la obra. Vestida con su corpiño de terciopelo, aderezado con adornos de plata,  su falda de punta blanca con flores rojas y su sombrero cordobés coronado por una flor de granado, interpretó sobre un escenario que imitaba la Plaza Mayor de Burgos, los bailes castellano, andaluz, aragonés, catalán, madrileño y navarro, además de una alborada, introduciendo así el baile regional en el cerrado mundo de la danza clásica, acierto que tan bien se avenía con la naturaleza romancística de la obra original. La bailarina tuvo que repetir los bailes ante un público fascinado por su actuación, que combinaba la pulcritud de la danza clásica con la fuerza arrolladora del folclore español.  Cuando me detengo ante mi nuevo instituto con el nombre de la Mauri sobre la puerta, y veo los pobres barracones en los que tengo que trabajar, pienso en los humildes escenarios en los que la bailarina tuvo que actuar hasta llegar a la Ópera de París, y su modelo sosiega mi ánimo. Cruzo la puerta del escenario. Empieza la función.

domingo, 19 de junio de 2011

105. Ana María Matute no es catalana



Es 23 de marzo de 1930, Barcelona. Ana María Matute tiene 5 años y todavía es catalana. Una gran muchedumbre se agolpa junto al Apeadero de Gracia y a la salida de la propia estación, en la calle de Claris. La expectación es enorme. Cuando por fin aparece el expreso procedente de Madrid, los aplausos y vítores dirigidos a los recién llegados apagan con su clamor el chirrido del tren al detenerse. De la portezuela del vagón salen Menéndez Pidal, el doctor Marañón, Pérez de Ayala, Bergamín… Mezclados entre el gentío les recibe también el otro grupo que llegó en el primer expreso la noche anterior: Giménez Caballero, Sánchez Albornoz, Pedro Salinas, Américo Castro, Araquistain, Benjamín Jarnés, Fernando de los Ríos, Ortega y Gasset… Todos forman parte del homenaje que la ciudad de Barcelona rinde a los intelectuales castellanos en agradecimiento al apoyo que éstos otorgaron a la lengua y cultura catalanas durante la dictadura de Primo de Rivera. Varios coches les trasladan a los hoteles donde se hospedarán, el Ritz y el Colón, excepto Marañón, que condescendiendo con la multitud, acepta ir a pie, acompañado por un gran número de personas. A las 12.30h llegan al Ayuntamiento, entre el entusiasmo de las masas, reunidas en la Plaza de San Jaime, que a duras penas pueden ser contenidas por la guardia urbana; allí les recibe el alcalde conde de Güell y casi todos los concejales; les hacen pasar al Salón de Ciento y en tan solemne marco, el alcalde da su discurso: “La intelectualidad no ha revestido nunca en ninguna raza forma más elevada que la de la comprensión, la transigencia y la admiración al saber ajeno. […]Yo os digo a los representantes de la intelectualidad de toda España que Cataluña os queda agradecida, y os digo a vosotros los catalanes que me oís, que no olvidéis que la intransigencia, las imposiciones, y el imperialismo miniaturizado no son sino plantas de la decadencia española: que la verdadera España es la que hoy representan estos amigos de Cataluña que nos visitan, y por eso yo, que por mi sentir y por mi nombre soy tan catalán como el que más lo sea, que tanto quiero a España, os pido que admiréis y améis a España”.
A las 17h son invitados al concierto que el Orfeó Català ha preparado en su honor bajo la dirección de su cofundador, el maestro Millet, bisabuelo del indigno bisnieto. Cuando los intelectuales toman sus palcos, el público les recibe con una atronadora ovación.
Por la noche se celebra un banquete en el Ritz, presidido por Menéndez Pidal, que tiene sentado a su izquierda a Pompeu Fabra. Más discursos entre los brindis. El catedrático catalán, Serra Hunter, menciona la Exposición del Libro Catalán de Madrid y alaba La Gaceta Literaria, de Giménez Caballero, que da acogida a las obras escritas en catalán.
Al día siguiente, se produce una excursión a Sitges; recibe a los intelectuales el alcalde Planas y visitan el “Cau Ferrat”, donde Santiago Rusiñol les hace de cicerone. Después, el banquete en el Hotel Terramar, vuelta a Barcelona, visita a la Diputación con especial atención a la Biblioteca de Estudios Catalanes y regreso a Madrid.
27 de abril de 2011. Ana María Matute tiene 85 años y recibe el Premio Cervantes. Barcelonesa, dicen. De manera vergonzante, ninguna autoridad catalana acude al acto. Ella no se acuerda de aquel luminoso y fraternal año 30; era sólo una niña. Hoy, los gurús del catalanismo más excluyente deciden cuál es la forma “canónica” de ser y sentirse catalán, como si uno no tuviera la libertad de ser y sentirse catalán como le diera la real gana. Por ejemplo, sentirse catalán escribiendo y comunicándose en castellano. Pero no, Ana María Matute no es catalana. Aunque da lo mismo. Porque es del mundo. Y esa universalidad no la hallarán nunca quienes cifran su identidad en ese centrífugo“imperialismo miniaturizado”.


[En la foto de arriba, la muchedumbre esperando el tren de los intelectuales castellanos en el Apeadero de la Estación de Gracia; en la foto de abajo, la misma escena de acogida en las calles barcelonesas. Ambas fotos datan del 23 de marzo de 1930]


[Estoy en deuda con el escritor Antonio Tello, de quien he tomado el título de mi artículo. En compensación, remito al lector mediante este enlace a su bitácora (Cuaderno de notas de A.T.), donde se hallará tratado el mismo asunto, aunque centrado más específicamente en la espantada de las autoridades catalanas]

miércoles, 8 de junio de 2011

104. La violación de Lucrecia

El pasado 28 de mayo Píramo y yo cerramos nuestra particular temporada teatral en el Principal de Alicante. La obra elegida fue La violación de Lucrecia, un poema de juventud del genial dramaturgo y poeta inglés William Shakespeare. Al principio teníamos dudas acerca de la puesta en escena de un poema narrativo interpretado por una única actriz. Ahora bien, la calidad incuestionable de Núria Espert nos animó a comprar las entradas. Desde el minuto uno de la representación tuvimos la certeza de que no habíamos errado.
Como es sabido, La violación de Lucrecia relata el terrible momento en que Tarquino viola a Lucrecia, esposa del general romano Colatino, tras ser hospedado en su casa y colmado de buenas atenciones. El cruel violador no logra reprimir sus instintos más bajos y sucumbe a sus malos pensamientos. Lucrecia, loca de dolor y de vergüenza por lo sucedido, escribe una misiva urgente a su querido esposo y, a su llegada, le relata lo sucedido para acabar arrebatándose la vida con un puñal, tras la petición de venganza y limpieza de su honor a un Colatino que no da crédito al cruento relato que ha escuchado. A través de este terrible episodio, Shakespeare plasma literariamente el final de la monarquía romana y la llegada de la República. 
La representación comienza con la interpretación de Núria Espert de sí misma, cuando se la ve ensayar, bisbiseando los versos, el texto de la obra. Minutos después, la actriz se transforma en narradora que da cuenta de las oscuras tentaciones que corroen la mente de Tarquino y de los acontecimientos terribles que irán teniendo lugar en escena. Pero, además, Espert da voz y vida al propio Tarquino, a Lucrecia, a Colatino y a un noble romano. Todo ello con una perfecta armonía y con una delicadeza asombrosa que presentan al espectador el hecho de que una sola actriz encarne hasta cinco papeles como un proceso natural, como si Núria Espert tuviera la capacidad innata de desdoblarse en otros personajes, pasando de uno a otro con una naturalidad absoluta. Para ello no precisa de grandes vestuarios, pues ella se vale de la modulación de su propia voz y de un bello juego con diferentes telas que funcionan como indumentarias de los personajes que encarna. Lo mismo sucede con el decorado. En escena aparecen simplemente una mesita, un sillón y una cama con dosel que representa la alcoba de Lucrecia, ese lugar mancillado por un loco pecador que deshonra a la esposa fiel. Esta escasa decoración se completa con la voz de la actriz, con sus palabras, con sus pausas, con sus entonaciones, con sus gritos, con sus sollozos... pues no hay mejor decorado que una interpretación sublime. La sencillez escenográfica predomina para ensalzar la palabra, pues en ella radica el verdadero germen dramático.
Baste citar como ejemplo el magistral monólogo que pronuncia Lucrecia tras ser ultrajada en el que le pide al tiempo que se detenga y le dé "tiempo" a Tarquino para saber lo que es el dolor, la deshonra y el desprecio de sus amigos; o cuando contempla un lienzo que reproduce la guerra de Troya y se identifica con algunos de sus personajes. Son éstos dos de los momentos que erizan la piel del público pues Núria Espert crea un ambiente sobrecogedor que envuelve al respetable en una tensa atmósfera que llega a cortar la respiración.Y es que con un gusto exquisito y una sensibilidad desbordante, la actriz presenta  uno de los espectáculos que, a buen seguro, pasará a los anales de la historia del teatro. Prueba de ello son los aplausos infinitos de un público puesto en pie y absolutamente entregado que recibió al finalizar la obra, tras 80 intensos minutos sin descanso, en los que demostró la perfecta simbiosis a la que ha llegado con el poema shakesperiano. He aquí la muestra definitiva de que un buen texto unido a una magnífica intérprete es sinónimo de perfección. Una perfección que se traduce en otro gran éxito de esta sublime actriz, que vuelve a demostrar que es una auténtica "mujer de teatro". No hay mejor ni más bella definición para Núria Espert que ésta.

domingo, 5 de junio de 2011

103. "Epigrafías", de Manuel Rivera

Manuel Rivera toma asiento en el Aula de Poesía de Cambrils y observa circunspecto y tímido al auditorio allí congregado. En la mesa, sus cuatro libros de poemas, sobre los que posa las manos como si se encomendase a ellos antes de someterse a este brete de tener que darse desde la íntima víscera de sus versos. Luego, al leerlos, esas mismas manos tiemblan sujetas a las páginas. En ese procedimiento tan suyo de trazar sinapsis entre su propia vida y la vida (real o ficticia) de otros,  Manuel Rivera pudiera estar pensando, mientras lee, que su amada Poesía es a veces ese Carl Denham que obliga a la exhibición, tan grata a los que intentan medrar como mercenarios del poema, pero tan lejos del natural discreto de quien siente la poesía como una vocación. Por eso, en las solapas de su último libro, Epigrafías (Silva Editorial), ni siquiera hay una foto del autor ni un breve currículum. Trasunto de esa actitud vocacional son los poemas “Escalada” o “Ipanema”
De Epigrafías ya hemos adelantado alguno de sus rasgos más definitorios. Hay en el libro una presencia muy marcada de la veta culturalista, aunque no a la manera, algo críptica, del primer Luis Alberto de Cuenca porque, como dice en “Elección”, las palabras pueden ser “puertas a la calle o entrada al laberinto” y Rivera, sin adulterar el necesario arcano del poema, ofrece diáfanos sus versos. Las referencias culturales son, a veces, meras estampas, válidas per se; otras buscan extraer alguna reflexión de muy diversa índole pero, en cualquier caso, siempre parecen invitar al lector a completar su lectura tras el último verso. Y así, desfilan por el libro escritores como Montaigne, Gil de Biedma, Joyce, Svevo, Oscar Wilde o Antonio Machado; músicos como Pete Seeger, Xesco Boix o Jobim y Vinicius de Moraes; pintores como Miró, Giotto o Abbott; el lingüista Humboldt; religiosos como Junípero Sierra o Escrivá de Balaguer; el director de cine Pasolini; y personajes históricos mitificados tan dispares como Edmund Hillary y Tenzing Norgay,  Hildegart Rodríguez, Lucía Palladi o Martín Vázquez de Arce.
Como hemos dicho, estas alusiones culturales son un fin en sí mismas pero también un medio para la vertebración de diversos temas. Así, se percibe en el libro una nostalgia del pasado, unida al recelo que suscita el presente y el futuro, como ocurre, entre otros, en la magnífica gradación del poema “Paraíso”: “bajorrelieves de Nínive/ galerías del Británico,/petróleo de Irak”. Otras veces, esta añoranza del pasado se presenta mediante contrastes con la modernidad, como esa vía del tren que pasa junto a la masía de Miró en “Espejismo”.
Abundan en el libro reflexiones metapoéticas, que colocan la escritura como un ejercicio donde se cifra la supervivencia “porque las palabras saben de nosotros/más que nosotros mismos”. La poesía “es un alambre” por la que discurre el poeta y sólo “las palabras le sustentan” para no caer al abismo de “abajo, el descampado”. También se recupera la vieja frustración becqueriana del poeta que no alcanza en el poema la plenitud de su visión primigenia: “¿para qué esta obra,/cuando fue tan bello soñarla?”, dice Giotto en “El sueño del Arte”.
Entre la heterogénea miscelánea temática, imposible de resumir aquí, destacan también algunos poemas sociales que protestan contra los abusos de los dictadores o se apiadan de los indigentes; los existenciales, como aquel precioso donde el legendario auriga de Tarraco, Eutyches, se lamenta de haber conocido la gloria sobre una biga pero no sobre una cuadriga; o los poemas amorosos, que a veces se tiñen de erotismo como en “Goliardesca”.
Cuando Rivera acaba su lectura, sus libros sobados han quedado humedecidos por el sudor de sus manos nerviosas. Y quizás no haya mejor metáfora que esa mezcla de tinta y sal.

domingo, 29 de mayo de 2011

102. Ramón García Mateos

Aquel “niño asombrado en Salamanca” es hoy un hombre robusto de barba florida, uno de esos hombres al que elegirían las viejas a la vera del fuego para el héroe de sus consejas. Noble reciedumbre como la del venerable muro ciclópeo que esconde tras la dura piedra el temblor cromático de olvidados frescos. Aquel niño al que “se [le] volvieron tristeza las canicas”, juega hoy al juego serio de ser poeta. Su voz profunda bien pudiera servir para la arenga espartana; sin embargo, brota para derramarse abonando la cadencia de un verso de tierra y, en su queja, hay también un algo épico, porque “no es más noble el soneto que la copla” y hasta ésta puede llegar a ser el hexámetro del alma cuando grita la epopeya de las vidas. La voz de Ramón, que es la voz heredada de todos los muertos que tuvieron voz, que la tienen todavía cuando alientan su escritura y le acostumbran a “contemplar las cosas con las mismas palabras con que otros las miraron”. Los muertos que “ofuscados reniegan del olvido” y de los que hereda “la palabra para conjurar la derrota que profana la delgadez del tiempo”. Y así, la voz de Ramón es epifanía triunfante de la voz de Machado, cuando el alma queda embebida en un paisaje crepuscular mientras suena la eterna “música del agua”; o es la voz de Gil de Biedma cuando las palabras prolongan las horas “compartiendo un cigarro y algún vaso de vino”; o la de Bécquer, si el poeta va persiguiendo “el eco de un poema” y “la estela de [unos] ojos”; o la de Juan Ramón Jiménez, “raíz y luna”; o la ebria de poesía de Claudio Rodríguez; o la combativa de Blas de Otero y José Alfonso; y la de tantos otros. Muertos ilustres pero también los muertos “sin remedio y sin fosa” porque sólo nos queda su memoria y no hay que olvidar su melodía.
Prendido de la memoria como del amor, que acaso es lo mismo: “amarrado a tu aroma, / peregrino de un beso, / prisionero en tu boca”, entregado a la plenitud del deseo, religión sacrílega de la piel mientras cae irreverente el agua y enloda “la luz cenital de las verdades”.
 El pasado jueves nos convocaste, Ramón; “venid todos”, nos dijo el olifante de tus versos y allí acudimos “los soñadores [y] los enfermos de luna” para ser esa tarde de ti, cubiertos de tinta, versos tuyos también nosotros, modelado nuestro corazón con el cincel de tu generosidad, fuimos a recuperar contigo tu reino sin fronteras, a levantar tu patria desolada, legión incondicional de ruidosos bereberes, grafiteros de tu evangelio “en las paredes de los hospitales y en el atrio de las iglesias […] en las ventanas de los ministerios y en el vestíbulo de los palacios”. Para ser tierra y sementera y “roturar barbechos con palabras”, las tuyas; para ayudarte en el misticismo comunitario de los corazones encogidos a buscarte en la esencia a que aspiras, ese “latido auroral del primer hombre”, que te explique. Sentimos tu Rumor de agua redonda rodar sus cangilones al son de una guitarra goliarda y, cerrando los ojos, alcanzamos la cima “donde suenan las campanas con el alba y crece el bosque hasta el vértice del cielo […] donde se cruzan las hablas y en una torre en ruinas reverberan, para buscar los sonidos que envolvían las antiguas palabras, la savia de los árboles y el amargo sabor de la memoria”. Y allí, en ese lugar, “en la frontera misma de todos los recuerdos/, donde habit[a] el temblor de la inocencia/ […], donde la vida reverbera/ en arpegio de luces que ciega los oídos/, […] [en el] territorio del alma sin herida y sin nombre”, allí te reconocimos.  Porque nosotros sí sabemos de dónde vienes; porque sabemos por qué escribes; porque sabemos quién eres, Ramón García Mateos.

domingo, 22 de mayo de 2011

101. El bolígrafo de gel verde

Hace unos meses, recibí un correo de Eloy Moreno, el autor de El bolígrafo de gel verde. Allí me contaba las peripecias por las que había pasado hasta conseguir publicar su primera novela: “Hace un año decidí ser yo mismo quien la editase y distribuyese. Para darla a conocer, cargaba una maleta llena de libros y recorría con mi coche las poblaciones cercanas a mi ciudad. Normalmente, me pasaba días enteros en diferentes librerías y allí me dedicaba a promocionarla hablando directamente con los lectores. Como no tenía otros medios, también fui dándola a conocer a través de las redes sociales y los blogs dedicados a la literatura. Después de un tiempo, en la editorial Espasa se hicieron con un ejemplar, lo leyeron y, les gustó tanto, que compraron los derechos de la novela. Y el 13 de enero de 2011 salió a la venta en toda España”. Me llamó la atención, sobre todo, la humildad de quien, pese a haber conseguido publicar en una editorial grande como Espasa, continuaba manteniendo la cercanía con el lector, lejos de envanecerse en esa torre de marfil tras las que se parapetan algunos escritores (la vanidad no es patrimonio exclusivo de los autores consolidados y es más peligrosa, y hasta tragicómica, en los noveles).
La historia de El bolígrafo de gel verde tiene, pues, una prehistoria, la de su propio autor, cuyo tesón y fe bien podrían ser trasunto del protagonista de la novela. Ha transcurrido medio año desde ese correo hasta que el fin de semana pasado me enfrasqué en su lectura. Estoy casi seguro de que nunca antes había leído un libro que superase las 300 páginas en tan poco tiempo. Obviamente, ese no es el criterio valorativo que se espera de una reseña que se precie, pero nadie puede negar que bajo las llamadas lecturas del tirón subyace y triunfa el primer objetivo de la ficción: el entretenimiento.
La novela narra la historia de un empleado informático que lleva una vida absolutamente anodina hasta que decide cambiarla. Bajo mi punto de vista, el argumento se divide en dos partes de calidad desigual. En la primera, de mayor interés, el protagonista toma conciencia de su estancamiento vital y es en esa descripción de su realidad, que podría ser la de cualquiera de nosotros, donde hallo el mayor mérito de la novela. Lo trivial, lo cotidiano, los aspectos más insignificantes (o quizás no lo sean tanto) de la realidad quedan literaturizados y se erigen en una auténtica y desgarrada poética de la costumbre. Es tal la comunión entre el lector y esas grandes naderías de lo cotidiano, que resulta imposible no verse reflejado en las páginas del libro. Es, además, una radiografía fiel de nuestro tiempo. Por sus páginas desfilan temas tan familiares como las hipotecas, la violencia en el seno del hogar, la alienación del fútbol, las madres solteras, la educación de los hijos en las familias donde ambos cónyuges trabajan, la religión, los prejuicios, el abuso de autoridad en el trabajo, los “enchufes” laborales, las difíciles relaciones humanas, la abulia o la incomunicación, entro otros. La segunda parte, en cambio, en la que el protagonista lleva a cabo la búsqueda de su renacimiento vital cae en el tópico del viaje iniciático y catártico, que se demora demasiado, y donde el personaje, en un peligroso viraje hacia el tono de los libros de autoayuda, halla las respuestas y el conocimiento de sí mismo mediante el hallazgo del  origen, ese punto cero representado aquí en la vuelta a la infancia. Desde el punto de vista estilístico desmerece en la novela la utilización abusiva de determinados juegos de palabras, como los retruécanos, artificio forzado e innecesario que adultera la sencillez natural que tan bien gestiona el autor en la primera parte y que es el registro que mejor comulga con esa lírica de la cotidianeidad. Son mejorables los pasajes introspectivos, demasiado repetitivos y almibarados.
Aunque apta para cualquier adulto, creo que los treintañeros disfrutarán especialmente con la lectura de algunas evocaciones de marcado carácter generacional.
La novela, es ante todo, un canto a la superación, una invitación a despertar del letargo autómata. Y en su prehistoria, la obra de Eloy Moreno pone de manifiesto una realidad a tener en cuenta: la de tantos buenos escritores que se pasean inquietos en su  oscura covacha anónima, animales intelectuales en celo, esperando su oportunidad al margen de premios literarios y padrinazgos inmorales.

sábado, 14 de mayo de 2011

100. Pedro Salinas en Tarragona

La semana pasada dediqué unas líneas a la visita que García Lorca realizó a Tarragona en 1935.  Mientras confeccionaba el artículo, recordé que otra insigne figura de la Generación del 27 había visitado también la ciudad: Pedro Salinas.
Hasta donde he podido documentarme, en el exiguo margen de una semana, las referencias sobre la visita de Pedro Salinas a Tarragona son muy escasas. La principal fuente de información son dos cartas que el poeta madrileño escribe a su amante Katherine Whitmore el 16 y 17 de agosto de 1932. En la primera, el poeta, enterado por otra carta de ella, de que la estudiante americana va a visitar Tarragona y Barcelona, le pide las fechas y los nombres de los hoteles donde se va a hospedar, probablemente para encontrarse con ella. En la segunda misiva, Salinas la orienta sobre qué monumentos debe visitar en ambas ciudades. Está claro, pues, que Salinas había visitado la ciudad antes de estas fechas, ya que recomienda los lugares de interés. ¿Pero en qué fecha anterior a agosto del 32 estuvo Salinas en Tarragona? Ni las dos biografías más importantes sobre el autor (El azar impecable, de Barrera López, y Pedro Salinas y su circunstancia, de Jean Cross) mencionan el hecho. Tampoco clarifican nada las Cartas de viaje, recopiladas por Enric Bou. Sí sabemos, por una carta de Salinas a Juan Guerrero del 28 de agosto de 1929, que el poeta estuvo en la Exposición Internacional celebrada en Barcelona ese mismo año. Quizás pudo aprovechar la escasa distancia para acercarse a conocer la ciudad. También sabemos que el 24 de marzo de 1930, formó parte de la comitiva de “intelectuales castellanos” (así los denomina la prensa catalana de entonces), que fueron homenajeados en Barcelona por el apoyo que éstos habían ofrecido a la cultura catalana durante la dictadura de Primo de Rivera. Pero parece difícil que en esta ocasión Salinas se acercara a Tarragona porque en el programa de actos organizado por el comité de bienvenida, que sólo ocupaba dos días, únicamente se menciona una excursión a Sitges.
Sin embargo, un detalle de la carta de Salinas a Katherine Whitmore, acota la búsqueda. En la enumeración de sus recomendaciones turísticas, se detiene especialmente en la muñeca articulada hallada en un sarcófago de la Necrópolis y que el poeta vio “cuando la acababan de encontrar”. Sabemos que el hallazgo tuvo lugar en 1927 y que, en abril, el Diario de Tarragona ya informaba de la posibilidad de visitarla hacía un tiempo. Ignoro el mes exacto del descubrimiento pero no es relevante porque la frase de Salinas no debe tomarse al pie de la letra. Así pues, Salinas estuvo en Tarragona entre enero y las inmediaciones de abril de 1927. Debió de hospedarse en el Hotel Europa, hoy desaparecido, que estaba situado en la Rambla de San Juan (actual Rambla Nova, probablemente en la intersección con la Calle Unión), porque es el hotel que recomienda a Katherine. No es probable que ambos pasearan por Tarragona porque en una carta posterior, insiste en conocer el nombre del hotel de Barcelona y en otra recuerda sólo la experiencia con ella por la ciudad condal. Se desconoce el objeto de la visita de Salinas pero es probable que fuera meramente turístico. De la muñeca de marfil, Salinas escribe: “[…] aquella cosa frágil, infantil, preciosa, destinada no más que al juego y a la intrascendencia, me conmovió enormemente, al verla así salvada del tiempo, más que muchos monumentos triunfales. Y sigue conmoviéndome hoy, y me alegro infinito de que la veas. Ojalá se puedan salvar así del tiempo otras cosas extremadamente preciosas y difíciles, hechas por el puro placer, por el puro amor”. Al finalizar la guerra civil, la muñeca fue llevada al extranjero para evitarle daños. Tuvo más suerte que Pedro Salinas: la muñeca volvió en 1945; Salinas ya no volvió nunca del exilio

Únete al grupo de Facebook "Pedro Salinas y la muñeca de marfil del Museo Arqueológico de Tarragona". Nuestra reivindicación es que el museo coloque el texto que Pedro Salinas le dedica a la muñeca en la vitrina donde ésta se expone.




Arriba, la muñeca articulada de marfil, hallada en la Necrópolis Paleocristiana de la Fábrica de Tabacos de Tarragona en 1927. Fue encontrada en el interior de un sarcófago de una niña de unos 5 o 6 años. Probablemente era su juguete. La muñeca data del siglo III -IV dC, cálculo obtenido por el estilo de su peinado. Está expuesta en el Museo Arqueológico Nacional de Tarragona y es una de las piezas más populares por lo que representa. No es extraño que no pasara desapercibida a la sensibilidad de Pedro Salinas.

Abajo, representaciones del Hotel Europa (fotografía y dibujo, respectivamente), donde se alojó Pedro Salinas. Era el punto de encuentro de los turistas y el lugar elegido por las grandes personalidades y hombres de negocios que llegaban a Tarragona. El hotel editaba, incluso, una revista y su cafetería tenía mucho prestigio. Fue derribado. Se extendía por la Rambla Nova y la Calle Unión, a la izquierda de la Rambla, mirando en dirección contraria al mar. Hoy hay en su lugar unas oficinas del BBVA.

miércoles, 11 de mayo de 2011

99. Querida Matilde


La burbuja inmobiliaria ha llegado también a las tablas. Si echamos un vistazo a las programaciones teatrales, es muy probable que haya algunas representaciones que aborden el tema de la adquisición de viviendas, presentando este acto como la peculiar odisea del ser humano del siglo XXI. El texto pionero con este leit motiv podría encontrarse en El Pisito, de Azcona –obra de la que ya hablamos en esta bitácora- de la cual parecen beber otras muchas que están de gira en la actualidad. Es cierto que cada una presenta el tema desde una perspectiva diferente, mas la base argumental no deja de ser la misma. Siempre hay algún tipo de obstáculo que impide a los protagonistas ser dueños efectivos del hogar que han adquirido.
Así sucede con 100 m2, obra en la que Sara (Miriam Díaz Aroca) compra un piso en una buena zona de la ciudad a un precio económico. El motivo de esta ganga es que hay un pequeño inconveniente: Lola (María Luisa Merlo) seguirá viviendo en él hasta que muera. Entre las dos mujeres se acaba estableciendo un vínculo afectivo que superará las barreras personales y arquitectónicas que las separaban.
Algo similar ocurre en Querida Matilde. En este caso, se nos presenta la historia de Matías, un joven argentino que hereda tras la muerte de su padre un lujoso apartamento en el centro de Madrid, con vistas a la Puerta de Alcalá. El joven, que padece graves problemas económicos a causa de sus varios divorcios, viaja raudo a la capital de España con el objetivo de vender el inmueble y liberarse de sus aprietos pecuniarios. Pero cuál es su sorpresa cuando descubre que su desaparecido padre adquirió dicho piso con una condición muy negativa para él, puesto que la dueña anterior seguiría viviendo en la casa hasta que muriera y los gastos de la vivienda serían costeados por el nuevo propietario. Matías recibe, por tanto, una herencia envenenada pues lejos de aliviar sus ahogos monetarios, éstos se agrandan. Matilde, una mujer vitalista y llena de humor, le ofrece al joven alojarse en el que será su piso cuando ella desaparezca pagando un alquiler. Éste acepta y a partir de ese momento empieza a formar parte de la vida de Matilde y de su hija Concha. Poco a poco descubrirá que Matilde conocía a su padre mucho más que él y gracias a sus relatos será capaz de dibujar el retrato mental de su progenitor que empezaba a tener borroso. Lo mismo le sucederá a Concha, una chica algo huraña que vive con el dolor de haber perdido a su padre y de haber tenido que  aprender a querer a otro hombre como si fuera el suyo verdadero. Finalmente, los personajes descubrirán que los lazos que les unen son más fuertes que las meras facturas de madre e hija que Matías paga.
Los actores que dan vida a estos personajes son Lola Herrera (Matilde),  que muestra de nuevo sus impecables cualidades interpretativas, Daniel Freire (Matías) y Ana Labordeta (Concha). Todos ellos actúan con corrección y hacen pasar al público un rato agradable mientras son testigos de sus vivencias. Lo mismo sucede con la primera obra citada, 100 m2, una comedia que desata los efectos terapéuticos de la risa y que, a la vez, pone de relieve algunos conflictos existenciales de los personajes.
 Ahora bien, quizás el tema esté ya un poco manido y planee el peligro de que el respetable se hastíe de tanto piso, tanta hipoteca y tantos problemas económicos representados sobre las tablas. Y es que bastante tenemos con el escenario de la realidad, en el que otros “actores” se ven forzados a representar estos papeles nada agradables.

domingo, 8 de mayo de 2011

98. Lorca en Tarragona

El 75 aniversario de la muerte de Federico García Lorca ha vuelto a sacar del olvido la visita que el poeta granadino realizó a Tarragona en 1935. Hasta la fecha, y según los datos (poco exhaustivos, hay que decirlo) que he podido extraer de las hemerotecas, el Diari de Tarragona ha dedicado sus páginas a esta efemérides en dos ocasiones, coincidiendo una, con el 60 aniversario de la muerte de Lorca, en 1996, y la otra, con el centenario de su nacimiento, en 1998. Los artículos, escritos por Josep Llorens i Grau y Sergio Zapatería, respectivamente, adolecen, sin embargo, de algunas imprecisiones y olvidos.
García Lorca estuvo, al menos, en Tarragona 3 veces. La primera, documentada sólo testimonialmente, se remonta a los años 20 a tenor de las afirmaciones que el poeta aporta en una entrevista realizada en 1935 a Lluís de Salvador, a la sazón director del Diari en aquellos tiempos. En ella, Lorca dice haber dedicado su tesis doctoral al monasterio de Poblet, antes de la restauración sufrida durante los años 30. Este trabajo nunca se ha encontrado pero es verosímil su ejecución si pensamos en los viajes de estudio organizados por el maestro Berrueta, que debieron calar hondamente en la sensibilidad del poeta hacia el patrimonio español y que justifica el tema elegido para su investigación universitaria.
La segunda visita se produce en septiembre de 1935. Es la famosa visita incógnita. Lorca, que iba a ser homenajeado en Barcelona por la Academia de Música Marshall para celebrar el éxito teatral de Yerma, no se presenta al evento, deja a la organización totalmente colgada y se marcha a Tarragona, aprovechando que se celebra en la ciudad su Fiesta Mayor de Santa Tecla. Los historiadores Ian Gibson y Antonina Rodrigo aseguran que en esa “espantada”, le acompañaba Salvador Dalí, pero en la entrevista de marras a Lluís de Salvador, Lorca, que reconoce la escapada, no desvela ese otro detalle.  Las fechas varían algo según las fuentes: Gibson habla del 28 de septiembre, Antonina Rodrigo y Josep Llorens del 23, y Sergio Zapatería sitúa la segunda visita el 10 de octubre tras dejar en la estacada no a la Academia Marshall sino a la sociedad “Amics de les arts” de Terrassa, plantón que Gibson corrobora un día después pero sin mencionar a Tarragona. 
Zapatería habla de otra visita el 24 de octubre, acompañando a la actriz Margarita Xirgu en el estreno en Tarragona de Yerma, pero el Diari de aquellas fechas que, efectivamente,  anuncia y reseña a bombo y platillo la obra, no menciona la presencia de Lorca, aunque parece que éste acompañaba a la actriz a todos los estrenos.
Sí es segura la tercera (o cuarta, si hacemos caso a Zapatería) visita de Lorca a la ciudad, el 14 de noviembre de 1935, coincidiendo con la representación en el Teatro Moderno de Tarragona de La dama boba, de Lope de Vega, con arreglos del propio Lorca. Es precisamente, tras la finalización de la obra cuando se produce la entrevista con Lluís Salvador. Ésta es una joya documental que pone de manifiesto el amor de Lorca hacia Tarragona. Así, le vemos departiendo divertido con la colla de grallers en el Café de la Unió, en la Rambla Vella; maravillado de los monumentos de la ciudad y de su luz; visitando el Mèdol, por recomendación de Manuel de Falla, y captando la esencia de las gentes, en esa peculiaridad tan lorquiana, de conocer la esencia de un pueblo a través de los ancestros que configuraron su alma. Llorens dice, incluso, que participó haciendo piña en los castells.
Lamento haber escrito un artículo tan cargado de datos y fechas cuando el tono idóneo hubiera sido el apologético. Otros vendrán en este año lorquiano que lo reparen. Entre tanto, pueden ustedes leer Lorca, la incògnita visita, del artista Josep Maria Rosselló, que amplía lo dicho hasta aquí. El día de la presentación, cuando me dedicó el libro, escribió: “Para Fernando, también lorc…” Él quería poner “lorquiano como  yo” pero esa “C” le obligaba a un remiendo poco artístico (menudo sacrilegio para un pintor) y puso finalmente “lorcado, como yo”. “Me gusta”, añadió después. Y era Lorca, que le había inspirado.


[Arriba, un cuadro del pintor tarraconense Josep Maria Rosselló de inspiración lorquiana. Sugiere la mirada de Lorca (procedimiento éste de aislar los ojos del poeta muy frecuente en la obra de Rosselló) imbricada en las teselas de un mosaico romano. Quedan así unidos el alma de Lorca, simbolizada en sus ojos y el alma de Tarragona, tan sujeta a la Tarraco imperial
Abajo, la página del Diari de Tarragona, donde se entrevista a Lorca (15 de noviembre de 1935). Está en catalán. Para leerla, hay que clicar en la imagen y luego ampliarla]

Dedicatoria personal de Josep Maria Rosselló que, pasado el tiempo, habría de dar lugar al logo "Lorcados", con el que  Tarragona intitula los actos que celebran el 80 aniversario de la visita de Lorca a la ciudad (2015)


domingo, 1 de mayo de 2011

97. La poesía del té

De un tiempo a esta parte me he aficionado al té. En honor a la verdad, debo confesar que no soy un gran entendido. Es el mío un paladar torpe incapaz de extraer los muchos matices con que la milenaria infusión deleita a los expertos bebedores. Supongo que todo es cuestión de ir educando el gusto, como con el vino.
Hasta la llegada de esa remota conquista del sabor, disfruto del té de otra manera: leyendo las cartas de las teterías. Ninguna carta tan llena de poesía y nombres evocadores como las cartas de tés.  Y es que en el ritual del té hay un algo místico que sugestiona. Así, podemos pedir un “Pequeño buda”, acercarnos al “Templo del cielo”, codearnos con las divinidades tomando el “Té de las diosas” o el de “Isis” o el del “Dios del sol” o, si buscamos una mística más terrenal, el “Té del monje”.
Algunos tés nos hechizan inoculándonos el mal de amor, brebajes que podría haber bautizado la mismísima Celestina de entre aquellos bebedizos y mejunjes con que aplacara el corazón de Melibea. Caeremos en la dulce red si  tomamos un “Reina de corazones”, si nos dejamos embaucar por el “Amor brujo” de la “Seducción mora”, de las mujeres del “Harén”, que contonean su “Cuerpo del deseo” y nos roban el “Suspiro del Moro”. O nos vencerá esa “Inocencia de mujer” que esconde, en realidad, el erotismo de una “Cleopatra” que nos hará soñar “Sueños de amante”.
Con el té se puede viajar a lejanos y exóticos rincones. Basta con enfundarnos el traje de “Peregrino” y descubriremos las maravillas que se esconden en el “Paraíso del sur”, donde se encuentra el “Esplendor de Al-Ándalus” con su “Pasión de Granada”, la ciudad de Boabdil, custodiada por los “Sueños de la Alhambra”. Sueñan con ella el “Albaicín” y el “Generalife”. Podemos contemplar el “Atardecer en Marrakech”, navegar los mares guiados por la luz del “Faro de Alejandría”, imitar a Marco Polo emprendiendo la “Ruta de la seda”, pasar una “Noche en el Tíbet”, admirar la mítica “Samarcanda”, aspirar los “Aromas del Nilo”.
Llegada la noche y agotados por el largo viaje,  reposamos tumbados al raso, al amparo de la “Flor de hibisco” o la “Flor de Babilonia”, contemplando entre el “Polvo de estrellas”, la “Luna mora”, hasta la llegada del “Lucero del alba” y el “Sol de las cumbres”. Quizás, nos despierte la “Danza de la mariposa de Jade”. Y quién sabe, tal vez, intrépidos, volvamos de nuestro viaje, trayendo en las alforjas algún tesoro legendario como la “Perla de noche”, “Los siete tesoros del emperador”, el “Tesoro azteca”, la “Esmeralda imperial” o las “Perlas del dragón”.
Además de los nombres de los tés, éstos guardan aún otras palabras de singular belleza, que son los propios ingredientes. Formados por hierbas aromáticas y especias, las denominaciones de todas ellas recogen en su misma pronunciación el encanto y el misterio de esos vocablos que, como el léxico rural, se está perdiendo: flor de aciano, saúco, cártamo, cardamomo, cilantro, bergamota y los más conocidos, jengibre, hinojo o azahar. Quien desee deleitarse con estas palabras y otras, ya en total desuso, recomiendo leer Cosas del campo de Muñoz Rojas. El lector respirará el lirismo de las pinturas rurales que el autor nos acerca, acompañados del rumor de la propia cadencia fonética de esos términos que, en muchas ocasiones, liman o suavizan las aristas del castellano y nos redescubren un idioma lleno de hermosas sugestiones sensoriales.
Sirva todo lo dicho para demostrar una vez más que la literatura nos invade en cada acto cotidiano, como éste de tomar el té entre la poesía de sus cartas. Y si hubiera alguna duda al respecto, como la de aquel buen amigo mío que llama al té “Agua sucia del grifo”, pídase un “Bálsamo de Fierabrás”, un “Sherezade” o un “Mil y una noches” para convencerse.

(A Beatriz y a esas tardes tan nuestras de té y palabras)

¿Conoces algún té con un nombre poético? Compártelo con nosotros.