Los últimos días de Walter Benjamin en Portbou y su
misteriosa muerte siguen constituyendo motivo de inspiración para literatos y
centinelas de la memoria, si es que acaso no son la misma cosa. Álex Chico
engrosa con un Un final para Benjamin Walter publicado por la editorial
Candaya, la dilatada lista de quienes han sentido el magnetismo por una figura
y un paisaje, imbricados tan íntimamente entre sí, que cuesta separar la
orografía de la piel del filósofo, marcada por las cicatrices del exiliado, de
la de los accidentados valles ampurdaneses, que parecen, ellos también, residir
en una suerte de ostracismo geográfico en tierra de nadie.
Es justo esa fantasmagoría de la ausencia la que
empapa todo el relato del escritor extremeño. Su prosa demorada y lírica, llena
de sugestivas evocaciones, mece la lectura hasta generar una atmósfera
envolvente y narcótica que envicia los pulmones lectores de melancolía. La
descripción de lugares abandonados o poco frecuentados, como la antigua
estación de tren, la playa, el cementerio, los hoteles vacíos, los obsoletos
puestos aduaneros, los bastiones militares, el monumento de Caravan, el
promontorio desde donde se divisa Cervère, todo contribuye a predisponer al
espíritu a la ensoñación, pero también a la reflexión sobre la memoria, a su
salvaguarda y a la denuncia de su postración interesada. Un final para
Benjamin Walter es una epopeya de la desolación, un no-libro para un
no-sitio y casi para un no-hombre (significativo el trueque que sufre el nombre
del pensador alemán al ingresar en España) y hasta el autor, que visitaba
Portbou para investigar esas últimas horas del autor de El libro de los
pasajes, parece olvidarse por momentos de su empresa inicial para realizar
él también una suerte de viaje iniciático hacia los intersticios de la propia
escritura como ontología. Diríase que Álex Chico es un Juan Preciado y Portbou
una nueva Comala, donde los muertos se aparecen y conversan con él, el propio
Álex Chico otro espectro sincretizado con el paisaje.
Por supuesto, hay en el libro un recorrido documental
y sentimental sobre Walter Benjamin, jalonado en ocasiones por jugosas
anécdotas como aquella que describe el azaroso viaje del cuadro de Paul Klee,
el Angelus novus, adquirido en su día por Benjamin y que hoy cuelga
significativamente en el Museo de Israel, en Jerusalén. O la magia de la
intertextualidad, que pone en liza a inesperados compañeros de viaje
literarios. Pero hasta todo eso acaba poniéndose al servicio de reflexiones
sobre la escritura o la memoria, como demuestra esa especie de coda final en la
que el autor se centra en los cuadernos de Sílvia Monferrer, habitante de
Portbou que acoge a Chico en sus últimos días en el pueblo, de vida también
errabunda, casi ficticia, otro fantasma más.
Un final para Benjamin Walter, a medio camino entre la novela, el ensayo y la
crónica de viajes, es un libro con aura, como tiene aura Portbou. Ese poso que
dejan algunas lecturas de las que olvidamos su argumento, sus personajes y
hasta sus títulos pero que quedan sedimentados en alguna parte de nosotros para
siempre. Quizás sea esa la paradójica máxima expresión de la literatura: los
libros donde las palabras se desintegraron pero son polvo en los bolsillos del
viajero. Por eso no hace falta un cadáver de Walter Benjamin ni una tumba para
sus despojos. Porque existen epitafios como el de Álex Chico.
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