lunes, 10 de junio de 2019

448. Enseñar Literatura desesperadamente



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La fotografía que acompaña a este artículo es una captura de pantalla de la web del CEFIRE (Centro de Formación, Innovación y Recursos Educativos), dependiente de la Consejería de Educación de la Comunidad Valenciana, el equivalente, por ejemplo, a lo que sería el CRP (Centro de Recursos Pedagógicos) en Cataluña. En su oferta de cursos para la formación permanente del profesorado llama la atención uno de los talleres, cuyo título reza literalmente: “Profesorado desesperado ante adolescentes disruptivos: estrategias de actuación”. Al principio pensé que se trataba de una broma pero no: el adjetivo “desesperado” aparece, efectivamente, en la página oficial. No me digan que no parece un chiste. Ya ni siquiera se redactan los títulos de los cursillos con aquella asepsia que da el lenguaje técnico especializado de la Pedagogía y que, al menos, dignificaba a la profesión y transmitía algo de seriedad. Ahora metemos directamente el adjetivo “desesperado” con ese victimismo tan propio del gremio, como si en lugar de abordar el asunto con el rigor profesional que se espera de nosotros, acudiéramos al taller como quien acude a la consulta del psicólogo o a una de esas terapias de grupo: “hola, me llamo Fulanito y confieso que soy un profesor desesperado ante los alumnos disruptivos”. No me quiero imaginar si la oferta de ese taller, tal cual está redactado, llegara al conocimiento de esos adolescentes díscolos, si estos supieran que tienen tal poder sobre sus profesores que hasta existen cursos que hablan en sus títulos de “desesperación”. Cómo se crecerían esos estudiantes ante tamaña demostración de debilidad por nuestra parte.
Pero es signo de los tiempos. En los 16 años que llevo ejerciendo, casi nunca me he topado entre la oferta de cursos para la formación del profesor, uno solo que incidiera en los conocimientos de la asignatura que imparto. Si quería crecer como profesor de Literatura y profundizar en la materia, más allá de la formación recibida en la carrera, debía hacerlo de forma autodidacta (de lo que –ojo– no me quejo y que he abordado con el entusiasmo de quien ama la disciplina que enseña)  o pagar por los seminarios que ofrece la universidad. Porque si acude uno a la oferta de las consejerías de educación, toda ella está llena de mandangas psicopedagógicas de orientadores y demás ralea de la rémora educativa.
Miren, yo me metí en esto para enseñar Literatura, no para enseñar modales al personal ni tratar con protodelincuentes. Para eso, las Consejerías educativas y sus inspectores (esos desertores de las aulas que salieron por patas a tiempo y que no tienen ni repajolera idea de lo que se cuece en las trincheras pero que luego quieren aleccionarte con gilipolleces como la gamificación) deberían llenar las plantillas de los institutos con trabajadores sociales (la mayoría de los cuales están en el paro) que sí saben tratar, porque esa es su especialidad, a estos alumnos a los que se las trae al pairo Garcilaso porque tienen al padre en la cárcel o en su casa se trafica con drogas. Así que el cursito de marras que lo hagan los padres del chaval, que para eso es hijo suyo, no mío.
Porque sí, yo soy también un profesor desesperado. Desesperado porque la educación ya es de todo menos instrucción. Desesperado porque los infames planes de estudio no me permiten más que pasar de soslayo por la Generación del 27 (y gracias); desesperado porque no puedo leer con mis alumnos las lecturas prescriptivas en clase y orientarles y darles las claves de su interpretación porque necesitaríamos una hora más para que eso fuera posible; desesperado porque la administración se gaste una pasta solo en los alumnos que no quieren estudiar y arrincone a los que sí tienen inquietudes. Así que si me dejan, señores inspectores de americana y corbata, yo quiero enseñar Literatura. Desesperadamente.

2 comentarios:

M. Cortés dijo...

Completamente de acuerdo. Lo suscribo de la mayúscula al punto final.

Unknown dijo...

Totalmente de acuerdo, estamos dedicados a miles de grupos para “alumnos con algo” y olvidando a aquellos alumnos que quieren aprender.Parece que ser normal es un castigo.